Últimamente
he andado muy compenetrada con la poesía de Juana Pavón -a quien no he tenido
la fortuna de conocer- esta mujer y su obra son excepcionales. Si alguno de
ustedes tiene el contacto de esta señora, haganmelo saber para entregarle la
caricatura que le he hecho. Bueno, ya suficiente de palabrería, en esta ocasión
les quiero compartir esta anécdota escrita por el reconocido escritor hondureño
Eduardo Bähr de quien ya me referiré a él en otra ocasión, por hoy, este post,
es sobre Juana Pavón y otra de sus "locuras".
JUANA MORAZÁN
(Sobre una aventura de Juana Pavón)
Por: Eduardo Bähr
Eran las doce del día y Juana estaba cómodamente
sentada sobre el anca del caballo de Francisco Morazán, en la Plaza Central,
abrazada a la estatua y aún envuelta en las espesas volutas de la crápula
nocturna recién pasada. La gente se arremolinaba riendo, burlándose y con
cierta aprensión, al pie de lo que consideraba un símbolo de la patria
mancillado por esa "loca".
En eso llegó un humilde policía que cargaba una carabina 7mm (de las que
tenía el ejército hondureño cuando hizo una guerra en 1969). Por supuesto que
conocía a Juana -quién no-; así que con voz suave conminó: "Por favor,
doña loca, bájese del caballo de mi general".
-¡Te iba a decir que te bajaras vos, pero ya no podés
bajarte más, enano hijueputa! -Contestó Juana.
La multitud aumentaba. La hilaridad y las burlas,
ahora trasladadas contra el representante de la ley, se oían hasta en
Comayagüela, la ciudad gemela. El espectáculo continuó, con los tres personajes
(la estatua cuenta, como veremos) durante casi media hora, hasta que el agente
perdió la paciencia y, apuntándole con su fusil, le gritó: "¡Te digo que
te bajés, loca cabrona!".
Sobre la plaza, cuyos árboles estaban copados por
bulliciosos pajarracos, se hizo un silencio que sólo podía ser cortado por los
casi inaudibles chillidos de los vampiros de la catedral. Todos, lustradores,
vendedores, paseantes, predicadores, rateros encubiertos, mujeres de
lavidalegre, en el centro de Tegucigalpa, capital de Honduras, se quedó en pose
de teatro congelada. Juana miró primero al chafita, después a la multitud y por
último a Morazán. Acercó su boca a la oreja de la estatua y lo que dijo fue
escuchado perfectamente hasta por el más alejado de los parroquianos:
-General, ¡aunque te digan loca cabrona, no te bajés!
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